La maravillosa mente de la Nina
- Camila Lambert
- 24 nov 2023
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 14 mar 2024
Queriendo y sin querer, hace poco volví a leer una de esas historias escritas que había dejado invisible en las notas digitales del celular. Pero esta vez me dije que no se podía quedar allí, perdida en la individualidad de un aparato. Me gritó que le deje salir.
Un autor, que no recuerdo quién era, decía algo así como que el arte no nos pertenece; no compartirlo es un pecado que no podemos cometer. Y es que en verdad, tanto en el arte como en la vida, los seres humanos no somos más que instrumentos de un mensaje, que si se esconde, es como si no existiera; si se comparte, en cambio, se multiplica, hace efecto y pasa a tener sentido. Y aplica para cualquier forma de expresión.
Entonces, entre ficción y realidad, ahí va.

Las pulsaciones ya se me habían ido a la cabeza y sentía que el corazón se me iba a explotar en cualquier momento. Era siempre lo mismo. Pensarla, que se me caliente el cuerpo, evidenciarlo en el sonrojo inevitable de mi rostro y que la taquicardia se apodere de mi sin poder hacer nada para detenerla. ¿Cómo puede ser que un recuerdo genere tanto? ¿Cómo puede ser que una persona, sin permiso, me genere tanto?
¡Qué maravillosa es la mente! Mi abuela siempre me lo decía y ahora veo que tenía toda la razón.
La Nina... La Nina vivía para enseñarle a la gente, tenía la virtud de abrirle los ojos a cualquiera que se le acercaba a conversar. Platicar con ella era un lujo, siempre que estuvieras dispuesto a luchar contra tus verdades para adoptar unas mejores, más difíciles pero siempre más sanas. Y yo tenía la suerte, claro que no merecida, de ser el nieto de semejante envase chiquitito, arrugado y rebalsado de sabiduría.
La Nina era la única a la que le podía contar todas mis aventuras personales y esas experiencias de lo más raras que solo se le confían a la gente que te escucha sin prejuicios. Me acuerdo de la última vez que se dio cuenta de este recuerdo que tanto me perseguía. Mi cuerpo estaba en su casa, apoyado sobre la pared de azulejos amarillos de la cocina, pero mi mente levitaba en otros tiempos. Nina percibió mi mirada perdida, no tuve que decirle nada para que comenzara a hablar.
_Estás hecho de personas, tortugüita. No te oprimas así, no quieras volver para atrás. Te estás perdiendo lo más lindo, me dijo, con su rasposa voz de vieja fumadora que nunca fumó.
_¿Y qué si lo más lindo ya me pasó, abuela?, le dije medio enojado.
Hubo un silencio corto pero profundo. Se me cayó una lágrima sin querer y aunque la quise disimular, me la vio. No se le escapaba una.
_No extrañes tanto, Tatito, que se te va a romper el caparazón. Sin esa muchacha que lloras, el tesoro que sos no sería el mismo. Quién sabe, tal vez ni tesoro sería.
¿Qué estaba tratanto de decir mi abuela?, ¿que Mayu vivía en mí?
La Nina hablaba siempre en metáforas, y eso me ponía los pelos de punta, porque aunque sus palabras me quedaban resonando en la cabeza por años, creo que nunca llegaba a entenderle del todo. ¿Qué le costaba ser más clara? Si me hubiera explicado las cosas con manzanas por ahí hubiera tomado otras decisiones en lo poco que me quedó de buena vida.
_Cuando entiendas que la única verdad está acá, vas a dejar de querer ir para adelante o para atrás. Soltá ese aparato, mirate las manos con atención y mové los dedos de a poquito, con paciencia eterna, mi piojo. Todo lo que necesitas está ahí.
Yo, indiferente por no entender, me quedé tieso, como un coco que lo están intentando romper con una pluma. La Nina se me acercó, me agarró las manos y mirándome a los ojos me dijo, ya un poco resignada pero con un último brillo de esperanza en su mirada: ¿No ves, tortuga, que la Mayu vive en vos?
Yo ya no daba más. Entre el recuerdo que me seguía abrumando me habían dado como broncoespasmos, y la Nina queriéndo darle clases de budismo a un joven con cabeza de adolescente y el corazón roto. No sabía qué hacer, ni qué pensar, ni para dónde ir. Solo me pude tirar de nuevo en el sillón.
_Dale tortugüita, soltá el celular y descansá la cabeza. Mañana es el cumpleaños de tu mamá. Vení ayudame a prepararle el rogel que tanto le gusta.
Todo el cuerpo se me puso caliente de nuevo. Obnubilado, guardé el celular en mi bolsillo y me levanté de un salto, como si el demonio me hubiera llamado desde la calle. Cerré de un portazo y me fui de la casa de la Nina hacia ningún lado, sin siquiera responderle, o mirarla.
Nunca más la vi.
Esa misma noche me avisaron que a la Nina le había dado un infarto media hora después de que me fui de su casa.
No hubo rogel.
No hubo despedida.
No sé si me da más bronca por ella, que hablaba en críptico, o por mí, que nunca estuve a la altura para exprimirla.
¡Qué maravillosa es la mente! Ves que la Nina tenía razón. Cada vez que intento escaparme de esta rutina monótona para buscar un poquito de placer, se me cuela alguno de estos recuerdos y termino como ahora, peor de lo que estaba, llorando porque la Mayu o la Nina se entrometen en mis pensamientos y solo con lágrimas las puedo sacar.
Aunque, después de tantos años, por ahí creo que algo le entendí. La mente es maravillosa, sí que sí, te puede llevar al cielo o al infierno en un instante, te puede hacer sentir un recuerdo como el presente más vívido de todos. Pero ya no quiero más, ya te entendí Nina. Tengo que dejar de extrañarte, a vos y a la Maya. Tengo que vivir acá, con ustedes en mí.
Comentários